No leer
En menos de 40 minutos cumplo 20. El teen en mi edad ya no va a estar, mi adolescencia dorada se va a haber esfumado para siempre y nunca jamás voy a volver a ser adolescente. Pasaré de agente activo a agente espectador. Ya no seré, solo veré. Sueno súper mega cursi. Súper. Lo odio. Pero es que me duele tanto que no puedo evitar serlo. Incluso la única razón por la que voy a publicar esto es porque quiero dejar un cachito de mí grabado en el internet. Quiero dejar un pedacito de mi yo adolescente en el mundo. Porque mañana ya no voy a ser. Mañana ya no voy a ser.
En Al Faro de Virginia Woolf, hay una escena donde la señora Ramsay ve a sus hijo chiquitos jugar y se pregunta “Why must they grow up and lose it all?” ¿Por qué? En serio, ¿por qué? En el último año, me engañé pensando que esa pregunta ya no perseguía, solo para descubrir que la etiqueta que describe a mi mente es la de existencialista.
No tengo ni idea de qué he hecho con mi vida. Siento que soy alguien que siempre se queda con las lágrimas atoradas en la garganta. Me gustaría por lo menos una vez sacarlo todo, hacerlo todo, dejar que mi mente se apague y simplemente amar a todo lo que hay afuera. No quiero sonar pick me (probablemente si lo estoy haciendo blah blah blah), tampoco quiero decir que soy alguien súper racional. Más bien soy alguien con tanto miedo de amar, que la razón me calla antes de que actúe. Mis anhelos sobrepasan lo posible,siempre callo antes de tiempo, nunca abrazo a quien debo, nunca siento, nunca hablo. Yo me pregunto quién sería yo si hiciera todo lo que mi corazón quiere.
El otro día, en mi fiesta de cumpleaños; de la que por cierto no me acuerdo de nada, no porque estuviera borracha sino porque la memoria castiga a la felicidad no guardando nada; le di un beso en el cachete a un niño, fue tan instantáneo, irracional e impulsivo, que lo disfruté. Yo me pregunto si eso se siente ser.
Tengo una tradición de cumpleaños. Cada año, a veces no el mero día, pero muchas veces sí, voy al Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo y me compro un libro. Usualmente el libro que compre se vuelve de mis favoritos. A los 16 compré el Guardián entre el Centeno. A los 17 La Señora Dalloway. A los 18 Los detectives Salvajes. A los 19 Ulysses de James Joyce y 9 cuentos de Salinger.
En menos de 30 minutos cumplo 20. Supongo que estos son los últimos minutos de algo, ¿qué cosa? no sé, solo sé que es algo. Me gustaría escribir muchísimo. Tanto que me sangren las manos. Supongo que por eso cree este blog. Bueno no lo supongo, lo afirmo. Pero nunca escribo nada. Me gustaría escribir sobre como antes la gente que tenía aventuras era más feliz. Lo desconocido es tan irracional, tan anormal, que los caballeros y princesas no necesitaban leer libros para satisfacer su necesidad de asombro. Hoy lo único que me asombra es pensar en el asombro. El único punto fijo en mi vida es Dios, pues es tan irracional y racional al mismo tiempo, que el misterio le hacen presente. El pensar que estamos hechos para conocerlo todo, dominarlo todo, me parece la mierda más grande del mundo. Mientras haya irracionalidad en el mundo, misterio, desconocido, sé que las cosas siguen bien, que seguimos siendo chiquitos de un mundo tan fantástico que es indescriptible ante la mente.
Escribo horrible. Especialmente cuando no checo y son las 11 de la noche y mi cumpleaños 20 es mañana. Quiero aclarar que no sé si se pueden meter subordinadas entre punto y coma y que la única razón por la cuál usé la palabra mierda en esta entrada es porque era mi grosería favorita a los 16.
En menos de 10 minutos cumplo 20…
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